Los perezosos se encuentran entre los mamíferos más peculiares, ligeros y lentos del planeta. Pasan la mayor parte de su vida suspendidos cabeza abajo, y moviéndose lánguidamente por las copas de los árboles. Pero, si pudiéramos retroceder en el tiempo varios miles de años, nos encontraríamos con perezosos de seis metros y varias toneladas vagando por América del Sur.
Un estudio internacional en el que participa el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) ha estado analizando fósiles de perezosos para tratar de trazar un mapa de su historia evolutiva a lo largo de los últimos 35 millones de años, y descubrir por qué los gigantes se extinguieron.
La investigación, que acaba de publicar la revista Science, revela que los ejemplares más grandes que habitaban el continente americano no pudieron escapar de la actividad humana durante la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno, hace unos 12.000 años. Los supervivientes, que son los perezosos que conocemos en la actualidad, lograron llegar hasta nuestros días menguando su tamaño y migrando a las copas de los árboles.
El aislamiento de Sudamérica de los otros continentes durante más de 50 millones de años propició la evolución de muchos mamíferos peculiares. Los perezosos terrestres fueron uno de los resultados evolutivos más emblemáticos de este prolongado proceso. Los primeros perezosos que aparecieron en Sudamérica, hace unos 35 millones de años, eran terrestres y corpulentos, y con un peso de entre 70 y 350 kilos. A medida que los cambios climáticos, debidos al movimiento de las placas continentales y a las alteraciones de la órbita de la Tierra, condujeron al reemplazo de extensos bosques por praderas y pampas, el estilo de vida terrestre se vio favorecido, y los linajes de perezosos lograron ocupar los nuevos nichos disponibles. Como resultado, los últimos 14 millones de años fueron testigos de la proliferación de perezosos de gran tamaño.
Un ejemplar adulto superaba los seis metros desde la cabeza hasta la cola y medía casi dos metros desde el suelo hasta el lomo. Presentaba huesos más robustos que los del elefante, un cuerpo muy voluminoso, y una cabeza relativamente pequeña, carente de dientes y colmillos, salvo por cuatro molares a cada lado de ambos maxilares con los que trituraban ramas, hojas, frutos y flores. Usaban sus peculiares uñas para escarbar la tierra en busca de raíces y tubérculos.
Sin embargo, sus descendientes desafiaron la previsibilidad evolutiva. Mientras gigantes icónicos como Megatherium americanum, de más de cuatro toneladas, dominaban los paisajes del Pleistoceno, hace entre 2,5 millones de años y 12.000 años, aproximadamente, la especie se fue miniaturizando repetidamente a lo largo de la historia, abandonando la vida terrestre por las copas de los árboles.
El estudio identifica un colapso de los perezosos gigantes en dos etapas: las especies continentales desaparecieron a medida que los humanos se extendían por América, mientras que las de las islas (como los perezosos del Caribe) sucumbieron más tarde. «Su cronología de extinción refleja la expansión humana», subraya Alberto Boscaini, de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Y añade: «Ninguna crisis climática previa los afectó de manera tan radical, lo que apunta a la presión antropogénica cómo la nueva variable y el golpe final».
La larga historia evolutiva de los perezosos ofrece una doble lección, apuntan los investigadores: un testimonio del ingenio evolutivo y un mensaje sobre la vulnerabilidad. Su linaje sobrevivió a colisiones continentales, extremos climáticos y cambios ecológicos reinventándose: oscilando entre estilos de vida arborícolas y terrestres, reduciendo y aumentando de tamaño y diversificando su dieta. «Este grupo convirtió la versatilidad en oportunidad», afirma Daniel Casali de la Universidad de San Pablo (Brasil). Sin embargo, su abrupto colapso pone de manifiesto una cruda realidad: incluso los linajes más adaptables pueden desaparecer cuando se enfrentan a presiones inéditas.
El estudio revela que la resiliencia no depende sólo de rasgos como el tamaño o la flexibilidad del comportamiento. Los perezosos prosperaban cuando los cambios eran graduales y tenían tiempo de adaptarse a nuevos nichos ecológicos. Pero la rápida perturbación antropogénica de los últimos 20.000 a 30.000 años -caza humana, y desestabilización del ecosistema, sumado al cambio climático- resultó insuperable. «La resiliencia tiene límites», señala Ignacio Soto de la Universidad de Buenos Aires. «Hoy, en tiempos en los cuales la biodiversidad se enfrenta a crisis igualmente abruptas y provocadas por nuestra especie, la historia de los perezosos nos recuerda que la supervivencia no es sólo cuestión de poder de adaptación, sino de tiempo para hacerlo».