Una investigación científica publicada en Nature revela que las emisiones de la selva tropical más grande del mundo se duplicaron durante la presidencia de Bolsonaro. LPO habló en exclusiva con la autora principal del estudio.
En agosto de 2019, en el estado de Pará, cerca de la ciudad Novo Progresso, en el norte de Brasil, el registro satelital del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE), organismo científico de prestigio de este país sudamericano, detectó 1.457 focos de calor, una cantidad “inusual y exorbitante”.
La cifra representó un incremento del 1.923% en comparación a los mismos días del año anterior. La investigación policial encontró a los culpables: un grupo de agricultores que, tras un encuentro cara a cara con el flamante presidente, Jair Bolsonaro, hicieron una colecta para recaudar fondos, comprar combustible e incendiar la selva con fines productivos.
Los agricultores celebraron aquella “gesta” bautizando a las jornadas como los “días del fuego”. Semanas antes de los incendios intencionales, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables, con poder de policía, había dejado de cumplir sus labores en las regiones selváticas por decisión del nuevo Gobierno.
La luz verde que Bolsonaro le otorgó a agricultores y empresarios para destruir la Amazonía y expandir así sus negocios desencadenó uno de los mayores “crímenes ambientales” de las últimas décadas a nivel planetario.
La luz verde que el expresidente brasileño le otorgó a agricultores y empresarios para destruir la Amazonía y expandir así sus negocios desencadenó, a juicios de ecologistas locales e internacionales, uno de los mayores “crímenes ambientales” de las últimas décadas a nivel planetario.
Ahora, años más tarde, un grupo de 30 científicos, liderado por Luciana Gatti, investigadora principal del INPE, cuantificó el daño de aquel ecocidio.
Las emisiones anuales de este enorme pulmón verde, clave en la regulación del clima a nivel global, se duplicaron en 2019 y 2020 (primeros dos años de la presidencia del líder ultraderechista), en comparación con el promedio de 2010 a 2018.
El trabajo, titulado “Aumento de las emisiones de carbono en la Amazonia debido principalmente a la reducción de la aplicación de la ley” y publicado en la revista Nature, revela que las emisiones de carbono aumentaron de un promedio anual de 0,24 gigatoneladas entre 2010 y 2018 a 0,44 GtC en 2019 y 0,55 GtC, respectivamente.
La desenfrenada actividad humana con fines productivos y comerciales está generando lo impensado: que la Amazonía emita ahora más CO2 del que es capaz de absorber, lo que está llevando a “un punto de inflexión sin retorno” con profundas consecuencias para la biodiversidad y el clima mundial.
“La selva no está compensando la destrucción humana”, alerta Gatti en diálogo con el diario, que describe un preocupante “efecto dominó en el que todo está relacionado”: “Cuando se deforesta, no solo se emite carbono, también se reduce la lluvia, sube la temperatura y la selva queda más ceca. Cuando el ser humano deforesta y prende fuego para extender la ganadería o cultivar soja, la selva que no fue deforestada queda seca y muy expuesta a nuevos incendios”.
La hipocresía de Europa es evidente. Con una mano se señala y se critica esta destrucción y se anuncian grandes planes para reforestar, mientras que con la otra mano se compra y se consumen los productos que provienen de esta destrucción.
El mapeo del “efecto Bolsonaro” también arroja números sobre la utilización de las áreas destruidas durante el período analizado. El número de cabezas de ganado en la Amazonía aumentó un 13% durante entre 2019 y 2020 y el área sembrada con soja creció un 68% y la de maíz 58%. Las exportaciones de madera, en tanto, se dispararon casi un 700%.
En este punto, la científica brasileña cuestiona la “hipocresía” de Europa y de las principales regiones consumidoras de las materias primas que se extraen de la Amazonía.
“Con una mano se señala y se critica esta destrucción y se anuncian grandes planes para reforestar, mientras que con la otra mano se compra y se consumen los productos que provienen de esta destrucción. Tenemos que ser coherente: quien está en contra de la destrucción de la Amazonía no puede consumir los productos que salen de allí”, afirma.
En 2020, Greenpeace denunció, por ejemplo, la importación de algunas empresas españolas de carne congelada procedente de la deforestación producida por la expansión ganadera en el interior de espacios protegidos de Brasil.
El daño del ecocidio -lamenta- “ya está hecho”. “Siendo realistas es muy difícil de revertir este daño. Fueron más de 50 mil kilómetros cuadrados de áreas completamente deforestadas. Un área inmensa. ¿Cuántos años y cuánta inversión pública se necesita para recuperar este enrome territorio? . Podemos a partir de ahora activar políticas muy claras y firmes para combatir el desmantelamiento y, sobre todo, para reforestar”, reflexiona.
Para Gatti, la investigación entrega dos grandes conclusiones. La primera: “lo impresionante del aumento de emisiones”, sobre todo en el lado oeste de la Amazonía, mayor a lo calculado antes del trabajo de campo.
“Nos sorprendió la magnitud de la destrucción. El lado oeste fue siempre neutro, es decir lograba absorber tantos gases de efecto invernadero como los que se emiten en la zona. Este balance se rompió por el aumento exponencial de la extracción de madera y el desmantelamiento de los bosques para favorecer el negocio agroexportador”, explica.
La segunda conclusión: “la importancia de políticas públicas”. No solamente como “multas y penalidades”, también a través de las múltiples herramientas que tienen los Estados para que “los criminales que destruyen la Amazonía no consigan financiamiento, no logren exportar”.
Por eso, pide Gatti, Brasil necesita una “política de Estado” para el uso de la Amazonía para el ganado y la agricultura intensiva, sobre todo la soja. “En el estudio también revelamos que igual de preocupante es el incremento de los venenos que utiliza la agricultura. No solo se está destruyendo la biodiversidad con la deforestación, también se está destruyendo por el envenenamiento del agua y de los suelos”.
Siendo realistas es muy difícil de revertir este daño. Fueron más de 50 mil kilómetros cuadrados de áreas completamente deforestadas. Un área inmensa. ¿Cuántos años y cuánta inversión pública se necesita para recuperar este enrome territorio?.
La científica repite que algunas zonas de la Amazonía están a las puertas de un “punto de no retorno” y que no se está tomando “dimensión de la gravedad”.
“Estamos hablando de un impacto global. Acredito es que el impacto no es solo en términos de emisiones de carbono, también en lo que respecta a los ciclos de agua, a los balances y equilibrios energéticos, a la absorción de energía. La destrucción de la Amazonía significa mayor temperatura en el planeta”, advierte.
Gatti pide escarbar “más a fondo” cuando se habla sobre la deforestación de la Amazonía. “Además de políticas públicas de los gobiernos brasileños, necesitamos replantearnos la voracidad comercial del sistema capitalista global. Existió un crimen ambiental porque existió una demanda para esa abundante nueva oferta”, concluye.
Fuente: lapoliticaonline.com