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Programa InfoSalud (Argentina)

En la Amazonía, el hambre aumentó en 76% el riesgo de que las criaturas tengan Covid (100 notícias)

Publicado em 19 de julho de 2022

En una investigación que relevó a nacidos en 2015 y 2016 en el municipio de Cruzeiro do Sul, en Acre, más de la mitad de los entrevistados relató que pasó hambre en el mes anterior. La aparición de síntomas se vinculó con vulnerabilidad social, escolaridad y el color de la piel de sus madres

La inseguridad alimentaria contribuyó, en gran medida, para que una criatura presentara síntomas de Covid-19. Esa es la conclusión de un estudio realizado por investigadores brasileños publicado ayer (18/7) en la revista PLOS Neglected Tropical Diseases.

Los resultados se obtuvieron en el ámbito del “Estudio MINA – materno-infantil en Acre: cohorte de nacimiento de la Amazonía occidental brasileña”, realizado desde 2015 en el municipio de Cruzeiro do Sul, en Acre, con apoyo de la FAPESP (leer más en: https: //agencia.fapesp.br/36352/ y https://agencia.fapesp.br/38817/).

“Entre los niños con evidencia serológica de infección previa por SARS-CoV-2, aquellos cuyos hogares habían pasado hambre en el mes anterior a las entrevistas tenían un 76 % más de probabilidades de tener COVID-19 en comparación con los niños que no habían estado expuestos a la inseguridad alimentaria”, dice Marly Augusto Cardoso, profesora de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (FSP-USP) y coordinadora del estudio.

En dos ocasiones, primero en enero y luego en junio y julio de 2021, se realizaron pruebas de anticuerpos para el SARS-CoV-2 a 660 de los 1.246 niños nacidos en 2015 o 2016 inicialmente seguidos por el estudio, además de entrevistas a madres o cuidadores.

Los investigadores preguntaron sobre la presencia de síntomas de COVID-19 en los niños, como tos, dificultad para respirar y pérdida del gusto y el olfato. Un cuestionario también definió la ocurrencia de inseguridad alimentaria en el hogar, que indica si la familia había pasado hambre en el mes anterior.

“Por lo general, los adultos dan prioridad a la alimentación de los niños y pueden pasar hambre para alimentar a sus hijos. Si el niño de la casa pasó hambre, es señal de una situación muy difícil para toda la familia”, explica la investigadora.

Más de la mitad de los hogares de los participantes (54%) se caracterizaron por estar en un estado de inseguridad alimentaria. Entre estos, el 9,3 % reportaron síntomas de COVID-19 frente al 4,9 % de niños cuyas familias no reportaron inseguridad alimentaria, lo que muestra una vulnerabilidad 76 % mayor de este grupo a la manifestación clínica de la infección por SARS-CoV-2. La mayor ocurrencia de infección también se relacionó con peores condiciones de vivienda, además de menor educación y color de piel de las madres, la mayoría de las cuales no eran blancas.

En total, se detectaron anticuerpos contra el SARS-CoV-2 en 297 niños (45 %). De estos, solo 11 (3,7 %) se habían hecho la prueba de COVID-19 antes del estudio y 48 (16,2 %) tenían síntomas como tos, dificultad para respirar y pérdida del olfato y el gusto. Entre los más pobres, la presencia de síntomas fue mayor.

Infraregistro
“Hay estudios que muestran que el nivel socioeconómico y la nutrición influyen en una mayor ocurrencia de enfermedades infecciosas. Todavía no hay datos suficientes para la COVID-19, pero tanto en nuestro estudio como en investigaciones realizadas en otros países hay evidencias de que esa correlación también existe”, dice Cardoso.

El grupo de la investigadora analiza actualmente muestras de la microbiota intestinal de los participantes del estudio para establecer correlaciones entre la dieta y la aparición de enfermedades, incluida la COVID-19.

Aunque casi la mitad de los niños tenían anticuerpos contra el SARS-CoV-2, solo el 5% de las madres reportaron un episodio previo de COVID-19 en sus hijos, lo que sugiere que ocho de cada nueve infecciones no fueron diagnosticadas y, por lo tanto, no se informaron.

Este subregistro, advierten los investigadores, tiene consecuencias para la salud pública, como la falsa percepción de que los niños son menos susceptibles a la enfermedad. En otros contextos, por ejemplo, la menor ocurrencia de un cuadro clínico de COVID-19 en niños fue una justificación para que los padres pospusieran o incluso se negaran a vacunar a sus hijos en edad de vacunarse.

Sin embargo, el hecho de que sean mayoritariamente asintomáticos hace que los niños y adolescentes sean transmisores al resto de la familia, incluidas las personas más susceptibles a afecciones graves, como los ancianos y las personas con comorbilidades.

En el estudio publicado ahora, la mayoría de los niños infectados tenían familiares con COVID-19, especialmente las madres. Cuando no la madre, padre, hermanos, abuelos o vecinos habían presentado síntomas de la enfermedad. En los casos de inseguridad alimentaria o cuando la madre no era blanca (negra, mestiza o indígena), hubo mayor prevalencia de la manifestación clínica de la enfermedad.

Una limitación del estudio fue el hecho de que los participantes de este segmento del MINA que estudió la prevalencia del SARS-CoV-2 vivían en áreas urbanas o rurales accesibles. Los investigadores creen que en lugares más alejados, con menos acceso a los servicios de salud, es posible que la situación sea aún peor.

“En la zona rural remota, es difícil continuar con el seguimiento y hemos perdido el contacto con muchos de los participantes. Esto también ocurre con los más pobres, que son más difíciles de localizar porque cambian mucho de domicilio e incluso de región. Perdimos contacto con más de 300 niños durante cinco años de seguimiento”, dice Cardoso.

Un dato que llamó la atención fue la menor manifestación de síntomas en los niños nacidos de madres con más de 12 años de escolaridad. El brote de COVID-19 fue mayor a medida que disminuía el número de años de educación formal de las progenitoras.

“Es importante destacar que los niños de las familias más pobres y aquellos con madres con menos educación tenían significativamente más probabilidades de ser seropositivos para el SARS-CoV-2. Esto refleja una peor condición socioeconómica que quienes estudiaron más tiempo y también un mayor acceso a la información y alternativas de sobrevivencia, lo que se refleja en una mejor atención a la salud de sus hijos”, dice la investigadora.

“Esto también lo observamos en los estudios que realizamos sobre la malaria, el desarrollo infantil y el estado nutricional. Invertir en la educación de las madres también tiene un impacto en la calidad de vida de los niños”, concluye.

El artículo “Seropositividad al SARS-CoV-2 y COVID-19 en niños amazónicos de 5 años y su asociación con la pobreza y la inseguridad alimentaria” se puede leer en: https://doi.org/10.1371/journal.pntd.0010580. 

Agencia FAPESP ( Brasil )
André Julián. Traducción Programa INFOSALUD