Las hormigas han sido siempre pequeñas protagonistas de nuestro ecosistema, pero ahora sabemos que también han sido actores centrales en la historia evolutiva del planeta. Un reciente hallazgo científico, liderado por el entomólogo Anderson Lepeco en Brasil, no solo extiende el linaje fósil conocido de estos insectos, sino que reescribe el relato sobre su ascenso ecológico. La aparición de la Vulcanidris cratensis, una hormiga fósil de 113 millones de años, evidencia que el dominio global de las hormigas es tan antiguo como estratégico. Este descubrimiento obliga a reconocer que estos diminutos himenópteros han sido, durante milenios, una de las formas de vida más exitosas de la Tierra.
Descubierto en la formación Crato, un yacimiento excepcional del noreste brasileño, el fósil pertenecía a las llamadas “ hormigas del infierno ” (Haidomyrmecinae), un grupo extinto con características morfológicas únicas para cazar presas. Lejos de ser simples criaturas sociales, estas hormigas ya exhibían una biología sofisticada: mandíbulas orientadas hacia adelante, alas venosas y un diseño corporal especializado. El uso de tomografía computarizada permitió reconstruirlas con precisión milimétrica, revelando detalles que refuerzan su papel protagónico en los ecosistemas del Cretácico.
Este registro fósil es mucho más que una curiosidad del pasado. Representa un punto de inflexión en nuestra comprensión sobre cómo y cuándo estos insectos comenzaron a expandirse globalmente. Hasta ahora, todos los restos de las hormigas del infierno provenían del hemisferio norte.
Pero Vulcanidris cratensis, hallada en América del Sur y 13 millones de años más antigua que sus parientes conocidas, demuestra que las hormigas ya habían cruzado océanos y continentes mientras los dinosaurios todavía dominaban el paisaje. No eran apenas insectos emergentes, sino pioneros ecológicos que sabían adaptarse y dispersarse con asombrosa eficacia.
Ingenieros del medio ambiente
En un contexto de fragmentación continental —cuando Gondwana y Laurasia comenzaban a separarse—, las hormigas ya estaban presentes en distintas masas terrestres. Esta capacidad de expansión temprana sugiere que la dominancia planetaria de las hormigas no fue el resultado de un proceso lento o accidental, sino de una evolución explosiva y deliberada.
Adaptadas a entornos diversos, sus habilidades colectivas, su organización social, su arquitectura subterránea y hasta su capacidad para proteger otras especies vegetales a cambio de refugio les otorgaron un poder que muchos organismos jamás lograron.
El estudio confirma lo que los biólogos ecológicos llevan tiempo insinuando: las hormigas no solo forman parte del engranaje natural, sino que, en muchos casos, lo dirigen. Con una población viva estimada en 20 cuatrillones —2.5 millones por cada ser humano—, están literalmente en todas partes, excepto la Antártida. Su éxito no es casualidad, sino el reflejo de una línea evolutiva tan antigua como eficaz, capaz de aprovechar cualquier nicho ecológico a lo largo de millones de años.
Lo más fascinante de esta revelación es la narrativa que subyace: mientras los humanos apenas llevamos unos 300.000 años sobre el planeta, y solo unos pocos miles construyendo civilizaciones, las hormigas llevan más de 100 millones moldeando los ecosistemas.
Andrés Tudares