Los simpáticos y pequeños perezosos que hoy se cuelgan de las ramas de los árboles tropicales moviéndose con extrema lentitud tienen una historia evolutiva fascinante que incluye bestias enormes, capaces de pesar hasta 4 toneladas. Hace miles de años, los perezosos gigantes recorrían las llanuras y bosques de Suramérica con paso tranquilo pero firme. Hoy solo quedan dos especies, pequeñas y completamente adaptadas a la vida en los árboles. ¿Qué pasó con sus parientes gigantes? ¿Cómo y por qué desaparecieron? Estas son algunas de las preguntas que han intentado responder Alberto Boscaini y Juan López Cantalapiedra, dos de los científicos que firman un reciente artículo en la revista Science. En nuestra charla en Hablando con Científicos, nos explican cómo estudiaron la evolución del tamaño corporal en los perezosos y qué descubrieron sobre su auge y desaparición.
Los perezosos evolucionaron en Sudamérica cuando este continente era una isla separada del resto del mundo, lo que permitió que su fauna se desarrollara de forma muy peculiar. Durante 35 millones de años, los perezosos se diversificaron en decenas de géneros y especies, muchos de ellos terrestres y de gran tamaño.
El Megatherium, uno de los perezosos más famosos y enormes, que podía alcanzar el tamaño de un elefante. Pero no fue el único: el registro fósil muestra una variedad asombrosa de formas y tamaños, desde especies tan pequeñas como un gato hasta gigantes que pesaban más de 4 toneladas.
Para entender cómo evolucionó el tamaño de los perezosos, el equipo liderado por Alberto Boscaini con la participación de Juan López Cantalapiedra, nuestros invitados en Hablando con Científicos, utilizó una enorme base de datos que incluye huesos fósiles, análisis genéticos y modelos evolutivos.
Los perezosos que vivían en el suelo tendían a ser más grandes, mientras que los que habitaban en los árboles eran más pequeños. No es difícil imaginar por qué: los árboles imponen límites físicos al tamaño de los animales que los habitan. Un cuerpo demasiado pesado simplemente no puede mantenerse colgado de una rama. En cambio, en tierra firme, crecer puede ser una ventaja, sobre todo si se trata de evitar depredadores o conservar energía en climas fríos.
De hecho, los modelos indican que los perezosos terrestres alcanzaron sus tamaños gigantes de forma lenta y estable, mientras que las especies arbóreas evolucionaron con más rapidez, pero hacia tamaños pequeños. Este patrón se repitió varias veces a lo largo de la evolución del grupo.
El tamaño de los perezosos también estuvo influido por el clima. Durante el Mioceno, hace entre 23 y 5 millones de años, Sudamérica pasó por una etapa de calentamiento seguida por una de enfriamiento y aridificación. Los bosques se retrajeron y se expandieron los hábitats abiertos, como sabanas y praderas. Este cambio favoreció a los perezosos terrestres y fue durante ese tiempo cuando aparecieron muchas de las formas gigantes.
Sin embargo, el clima por sí solo no explica su extinción. Aunque el enfriamiento global jugó un papel importante en la evolución del grupo, los datos muestran que la desaparición de los perezosos gigantes fue demasiado rápida como para atribuirla solo a cambios climáticos.
Entonces, ¿qué causó su extinción? Los datos apuntan claramente hacia un sospechoso muy conocido: nuestra propia especie. Los primeros humanos llegaron a América hace unos 15.000 años, justo cuando comienzan a desaparecer los perezosos gigantes. Además, la caída más dramática en el tamaño medio del grupo coincide con la expansión de los humanos por todo el continente.
No solo es una coincidencia temporal: hay evidencias arqueológicas de que los humanos cazaban y consumían perezosos terrestres. Y como suele ocurrir en la historia de la megafauna, los animales más grandes fueron los más afectados. Su gran tamaño, baja tasa de reproducción y hábitos terrestres los hicieron más vulnerables a la caza.
La desaparición de los perezosos gigantes no solo fue una pérdida biológica, también tuvo consecuencias ecológicas. Estos animales cumplían funciones importantes en sus ecosistemas, como remover el suelo al cavar o dispersar semillas.
Hoy, los únicos supervivientes del grupo viven en las copas de los árboles tropicales, alejados del peligro humano. Son lentos, pequeños y solitarios, pero cargan sobre sus espaldas una historia evolutiva fascinante que nos habla de adaptación, éxito, expansión y también de colapso.
Estudios como el de Boscaini y López Cantalapiedra nos muestran cómo la ciencia puede actuar como una especie de detective del pasado. A través del análisis de fósiles, ADN y modelos matemáticos, es posible reconstruir cómo vivieron estos animales, cómo cambiaron y por qué desaparecieron. No se trata solo de mirar huesos, sino de entender los procesos que moldearon la vida en nuestro planeta.
Además, nos recuerdan que la historia de la vida está llena de giros inesperados. Que los perezosos fueran alguna vez gigantes terrestres puede parecer sorprendente, pero es una muestra más de cómo la evolución experimenta con diferentes formas y estilos de vida.
Os invitamos a escuchar a Alberto Boscaini y Juan López Cantalapiedra en este nuevo episodio de Hablando con Científicos.